viernes, 23 de abril de 2010

Los palos de la vida...y la Guerra: John Dos Passos

Es difícil describir la admiración hacia personas cuya vida, rodeadad de adversidades y presiones, sabe desenvolverse con una gran astucia, sabiendo guardar silencio cuando la situación lo requiere y con el don innato de detectar rápidamente las vacuidades y vanidades humanas. Sentirse rodeado de gentes que buscan su ascenso, su popularidad o la imposición de su ideal, primando las pasiones a costa de vidas ajenas en un ambiente de envidias, y conseguir salir de ahí, después de haber hecho el trabajo asignado o la tarea pendiente, es quizá lo más admirable de las personas, sean lo que sean, estén donde estén. Esa lucha por la vida es la que quiero reflejar, aunque sea un poco, en este artículo referido a John Dos Pasos.
John Dos Passos, novelista y periodista estadounidense, gran amigo de sus amigos, fue un enamorado de la España de la primera mitad del s. XX. Tras terminar la I Guerra Mundial, en la que trabajó como conductor de ambulancias, llegó a España. Su viaje, que en 1922 dejó reflejado en el libro Rocinante to the road again, le llevó a escalar los Picos de Europa, luego pasó por Madrid en dirección a Jaén, Málaga y Granada, ciudad en la que se instaló un tiempo. Es curiosa la escena que describe en Granada, donde la gente alquilaba una higera para ir con sus cerdos, sus cabras, sus gatos y sus pollos a comerse los higos y disfrutar de la sombra.
Pero me voy a centrar en su paso por Motril, donde Dos Pasos compartió su trayecto por dicha ciudad con un arriero al que describía como "un muchacho moreno, con unos pantalones azules muy ceñidos y una blusa gris muy corta. Tenía los pómulos prominentes, una nariz de halcón y esbeltas caderas de moro. Hablaba un andaluz aspirado, que sonaba a árabe". Hablando sobre América el arriero le decía, "-Ca. En América no se hase na má que trabahá y de´cansá pa podé trabahá otra vé. No es vida pa un homre. Ayí la hente no se divierte. Me lo dijo un marinero de Málaga que pesca esponjas. Y él lo sabía. No es plata lo que el pueblo necesita, sino vino y pan y... vida. Ayí no hasen má que trabahá y de´cansá pa podé trabahá otra vé..."

"El burro se paró frente a un a tabernilla, bajo un enrejado, donde polvorientas hojas de calabaza oscurecían la lumbre azuldorada del sol y del cielo.
-Quiere decir: "Echen un traguito, caballeros"- dijo el hombre negruzco.
En la verdosa sombra de la taberna, que olía a anís, se oía un gorgoteo de agua. Nuestro acompañante, después de paladear un sorbo de espeso vino amarillo, señaló al arriero.
-Dice que la gente no goza de la vida en América.
-En América la gente es muy rica -grito el tabernero, un tío con cara de remolacha cuya enorme tripa estaba sujeta por una faja de algodón rojo, e hizo un gesto evocador, frotando el pulgar contra el índice.
Todo el mundo se burla del arriero pero él seguía en sus trce, sacudiendo la cabeza y murmurando: "Esa no es vida pa un hombre".
Cuando salmos de la taberna, donde el hombre negruzco quedaba pintando a grandes brochazos la leyenda del West, el arriero me dijo, casi con lágrimas en los ojos, que su intención no era hablar mal de mí país, sino explicar por qué no quería emigrar."
"Aquella noche, en Motril, al salir a trompicones de la posada, atiborrada de comida y de vino, la luna llena se alzaba a través de los arcos de la cúpula de la iglesia rosa y azafrán. Por todas partes sombras verde acero, veteadas de luna tangible. Estaba yo sentado al lado de mi mochila, en la plaza, pensando en qué pensar, aturdido por la noche deslumbrante, cuando tres mulas, azuzadas por una voz bronca, surgieron de la sombra, cascabeleando. Cuando se pararon, sobresaltadas, junto a la fuente, al fulgor de la luna, se vio que venían enganchadas a un coche, un coche que parecía una araña y que iba inclinado hacia delante, como si fuera bajando perpetuamente una cuesta. Del interior salían voces ahogadas, como un cacareo de aves facturadas al mercado en una jaula.
En el pescante iban unos pies apoyados sobre las varas. El atelaje estaba remendado con parches y cordones. Crujiendo, rechinando, entre refunfuños de los pasajeros, rstallidos del látigo y largas ristras de juramentos del cochero, el coche salió del pueblo a trompicones, bamboleando sus ruedas por una fértil llanura, donde sonaba el gorgoteo de las acequias, el croar de los sapos y el murmullo falsete de las cañas de azucar. De vez en cuando la luna brillaba en las hojas de los plátanos y en una ancha banda de plata sobr el mar. Tierra adentro, cerros como montones de ceniza, iluminados por la luna, y a lo lejos, una sombría insinuación de montañas."

"-En estas tierras, señor inglés, no trabajamos mucho, somos sucios e ignorantes; pero vivimos. ¿A que no sabe usted lo que hace la gente pobre de los pueblos por el verano? Alquilan un ahigera y se van a vivir bajo ella con sus perros, sus gatos y sus críos; comen los higos según madurando, beben el agua fría de la sierra y tan felices. No temen a nadie, ni dependen de nadie, cuando son jóvenes, hacen el amor y cantan al son de la guitarra, y cuando no, cuentan historias y crían a sus hijos. Usted ha viajado mucho; yo he viajado poco, no he pasado de Madrid; pero le juro que no hay en ninguna parte del mundo mujeres más bonitas, ni tierra más fertil, ni cocina mejor que en esta vega de Almuñecar... Si el vino no fuera tan espeso...
- ¿Entonces usted no quiere irse a américa?
-¡Hombre, por Dios! Tú, Paco, cántanos una copla... Es gallego, ¿sabe usted?
El trasgo hizo una mueca y echó atrás la cabeza.
-Vaya usted al fin del mundo y encontrará un gallego -dijo. Luego se bebió su vino, se limpió la boca con el dorso de la mano y empezó a zumar como un abejorro:
Si quieres qu´el carro cante
mójale bien en el río,
que después de bien mojao
canta lo mismo que un grillo.
-¡Ole! -gritó don antonio-. Sigue.
A mí me gusta lo blanco,
¡viva lo blanco!, ¡muera lo negro!,
que lo negro es cosa triste.
Yo soy alegre. Yo no lo quiero."

De entre los amigos de Dos Passos se encontraba José Robles (escritor), a quién iba a visitar siempre que podía, tanto durante su estancia en EEUU como profesor, como en España. Pasaron los años y comienza la Guerra Civil. Dos Passos vuelve a España y se embarca en un proyecto de realización de películas, junto a Hemingway y Joris Ivens, con el que pretendía que el gobierno de Roosevelt vendiera armas a la República. Quería que se rodaran las condiciones de vida del pueblo durante la guerra, pero en su trayecto en barco hacia España, Dos Passos iba a tener su primera noticia de la que con los años saldría de España desilusionado. El anarquista Carlos Tresca, con quien conersba le dijo que le pondrían en ridículo. Cuando Dos Passos replicó que Hemingway y él lo tenían todo bajo control, se echó a reir y señaló que Ivens era del Partido Comunista. Según él, todo lo que viera o hicieran sería aprovechado por el partido para sus propios fines, "si en España a los comunistas no les gusta alguien, le pegan un tiro".
Al poco de llegar a España tuvo la noticia de que su amigo Robles había desaparecido y su mujer e hijos estaban totalmente desolados sin saber que  hacer. Robles al poco había estado trabajando como traductor para los rusos y de la noche a la mañana un día desapareció. Dos Pasos calmó a su mujer y le dijo que averiguaría su paradero, y este sería el motivo desilusionador de Dos Pasos, por el cual dejó España, al descubrir la verdad de todo cuanto acontecía en el bando republicano.
Dos Passos coincidiéndo en el Ateneo con Alvarez del Vayo, en los tiempos en que era un prestigioso periodista de izquierdas,  consiguió abordarlo y preguntarle por el paradero de Robles, pero este declaro sentir ignorancia por el asunto. Dos Passos se pregunataba ¿ignorancia sobre el caso Robles, que había sido uno de los temas habituales de conversación entre los intelectuales desplazados a Valencia? Algún tiempo después se dió cuenta de que algunas de las personas con las que colaboraba en el proyecto documental se disgustaban de sus constantes indagaciones: "¿Qué es la vida de un hombre en un momento como este? No debemos permitir que nuestros sentimientos personales nos dominen..." Entre esas personas se encontraba Heminway con quien rompería la amistad más adelante.
Ahora, convertido Alberti en una de las estrellas más rutilantes del comunismo español, las antiguas reticencias de Dos Passos debían de haberse robustecido, y a ello no podían ser ajenas las quejas de la mujer de Robles sobre el comportamiento de algunos viejos amigos de su marido que, habiendo podido ayudarla, ni siquiera se habían interesado por su situación. ¿A qué viejos amigos iban principalmente dirigidas esas quejas? A aquellos que con el craciente poder del Partido Comunista habían adquirido notoriedad e influencia: uno de ellos era el entonces subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, Wenceslao Roces; otro, el propio Alberti, quien, cuando Dos Passos estaba apunto de descubrir la trágica suerte que el destino había deparado a robles, era recibido en el Kremlin.
Josephine Herbst decía: "Dos odiaba la guerra en todas sus formas y sufrió en MAdrid no sólo por el destino de su amigo sino también por la actitud de cierta gente que se tomaba la guerra como un deporte".
Quienes habían callado sobre el asesinato de Robles lo habían hecho por dos motivos: en primer lugar, porque querían evitar su utilización propagandística en contra de la República; en segundo lugar, por miedo, porque confiar a Dos Pasos la verdad habría podido ponerles en peligro. El novelista norteamericano no había conseguido averiguar gran cosa sobre su amigo español, pero sus indagaciones le habían llevado a asomarse a una de las fuentes de ese miedo: el amplio sistema parapolicial y penitenciario en manos de la NKVD, la policía secreta soviética.
Dos Pasos pasó sus últimos días en España rodeado de espías que vigilaban de sus movimientos y de todo aquello que pudiera decir.
Al tiempo Dos Passos daba por seguro que su amigo había sido fusilado por alguna razón por los comunistas de la GRU (la NKVD), "y nadie se atreve a abrir la boca. ¿Por qué fue fusilado? Todavía tengo esperanzas de averiguarlo" decía en una carta a Carrington Lancaster.
De acuerdo con un documento anónimo encontrado en uno de los pisos de la familia de Cristina Allott, sobrina de Robles, la caída en desgracia de éste fue debida, según "opina su hijo", a que era demasiado franco e indiscreto en las tertulias y "a que no tenía antecedentes políticos y nunca se adhirió a ningún grupo político". Esta versión coincide con la ofrecida por Francisco Ayala, para quien "según se decía, alg´´un comentario hecho por él al descuido en la tertulia del café dejó traslucir un anoticia, por lo demás anodina, que solo a través de un acable cifrado podía haberse conocido, y eso le costó la vida". José Robles era un republicano leal pero no era comunista, y su condición de intérprete de los consejeros militares soviéticos la había convertido en un "hombre que sabía demasiado".
Informes confidenciales recientemenete desclasificados demuestran que los planes del Kremplin para, por un lado, controlar el Ministerio de la Guerra y, por otro, aplastar a la CNT y al POUM están documentados desde el comienzo mismo de la colaboración militar rusa con la República, y hay incluso un informe del propio Gorev (principal agente del GRU) en el que se dice que "una lucha contra las anarquistas resulta absolutamente inevitable". Robles tenía por fuerza que conocer esos planes, ya que era intérprete de Gorev, y eso bastaba para hacerle sospechoso a ojos de la inteligencia militar soviética.
Pero es probable que a Robles lo asesinaran no porque hubiera hablado sino para que no hablara, y para Dos Passos, que nunca dio crédito a la tesis de la supuesta indiscreción, su muerte "tuvo el efecto deseado de hacer que la gente se volviera muy cautelosa cuando hablaba" de los rusos. Se trataba por tanto de una advertencia; quienes no quisieran correr la suerte de Robles tendrían que callar sobre todo aquello que vieran y no les gustara, incorporarse a esa inmensa conspiración de silencio con la que el propio Dos se había topado mientras investigaba lo ocurrido con su amigo.
Para solventar la situación de Margara, la mujer de Robles, Dos Pasos tenía que conocer su paradero para que pudiera obtener el certificado de defunción, pero finalmente al no conseguir averiguar nada de su paradero decidió escribir, ya fuera de España, dos cartas a Alvarez del Vayo (entonces Ministro de la Guerra) para recordarle su promesa de facilitar el certificado de defunción de Pepe Robles. El ministro, sin embargo, no le contestó y, en una carta al Trtskista Dwight Macdonald, Dos Pasos expresaría de este modo su decepción: "Yo más bien subestimé la estúpida forma en que Del Vayo me mintió acerca de la muerte de Robles. Después de todo, la gente actúa en las cosas grandes del mismo modo que lo hace en las pequeñas; ciertamente, mis conversaciones con él sobre este asunto no aumentaron mi confianza en ese paladín de los obreros de la mano y el intelecto". Dos Passos no tardó en recurrir a otras personalidades influyentes; una de ellas era el ambajador estadounidense en España, CLaude Bowers; otra, el ambajador español en la URSS, Marcelino Pascua, quien, en un fugaz viaje a Valencia, tuvo tiempo de visitar a Margara para interesarse por su situación.
Cuando Dos se disponía a salir de París en dirección a Inglaterra, en el andén de la estación, se produjo el encuentro, quizás no del todo casual, con Hemingway. Éste, ceñudo, acabó encarándose con Dos Passos y preguntándole que había decidido hacer en torno al documental Tierra Española y sobre todo al caso Robles. Dos Pasos, para quien, al contrario de lo que Hemingway pensaba, éste no era un incidente aislado, contestó que primero pondría en orden sus ideas y luego contaría la verdad como él la había visto. Discutieron brevemente, luego Hemingway cada vez más tenso quiso saber si Dos Passos estaba con la República o contra ella y le advirtió: "Si escribes sobre España, tal como la ves ahora, los críticos neoyorquinos acabarán contigo. Te hundirán para siempre". "¡Nunca he oido nada tan despreciadamente oportunista!", le interrumpió Katy (la mujer de Dos Passos). La convicción de Dos Passos era ya firme: haría pública su opinión sobre la guerra de España aunque eso le costara sacrificar sus conexiones con los comunistas, que tanto poder tenían en los medios culturales norteamericanos.En cuanto al documental Tierra Española, en el que colaboró Dos Passos, buscando los pueblos donde poder rodar las secuencias y en el guión, no aparecería en los títulos de crédito,donde sí aparecían los nombres de Hemingway e Ivens.
Toda esta historia se puede leer en el libro de Martínez de Pison Ignacio (novelista), Enterrar a los muertos, su única contribución al ensayo histórico y un gran libro de investigación.