sábado, 20 de marzo de 2010

Contemplativos

Goya, La pradera de San Isidoro, 1788.

Granada, Fiesta de la Primavera.

















Contraviniendo la voluntad y las amonestaciones claras del Excmo. Sr. (tenía la Gran Cruz) D. Alejandro Sánchez Botín, Isidora fue a la pradera de San Isidoro, acompañada de su doncella, de Riquín, de D. José de Relimpio y de Mariano. La prisionera del Sátiro no podía ya el anhelo de expansión, de correr libremente, de ser dueña de sí misma un día entero, y, principalmente de darse el gusto de la desobediencia. Haciéndole rabiar gozaba más que divirtiéndose ella. Ya se aplacaría el tirano, pronunciando un par de buenos sermones, y si no se aplacaba, mejor. Estaba cansada de tan grande y molesto estafermo, y bien podía suceder que no haciendo caso de sus insufribles exigencias llegase a dominarle y someterle. Para fundar este imperio convenía un golpe de Estado.

Entre su doncella y la peinadora la cistieron de chula rica. Aquella mañanita de San Isidro, mientras duró el atavío chulesco, todo era regocijo en la casa, todo risas y alegrías. Don José andaba a gatas sirviendo de caballo a Riquín, ya vestido desde el amanecer de Dios, y Mariano cantaba en la cocina rasgeando una guitarra. El vestirse de mujer de pueblo, lejos de ofender el orgullo de Isidora, encajaba bien dentro de él, porque era en verdad cosa bonita y graciosa que una gran dama tuviera el antojo de disfrazarse para presenciar más a su gusto las fiestas y divertimientos del pueblo.

Isidora sentía un regocijo febril y salvaje. Todo le llamaba la atención, todo era motivo de grata sorpresa, de asombro y de risa. Nunca como entonces le saltó el dinero en el bolsillo y le escoció en las manos, pidiéndole, por extraño modo, que lo gastase. Lo gastaba a manos llenas, y si hubiera llevado mil duros, los habría liquidado también. A los pobres sin número les daba lo que salía en la mano.

Benito Pérez Galdós, La Desheredada, 1881.

Por una parte la época que retrata Goya, con una nobleza decadente, ociosa y entregada a las modas, viviendo una época al filo de la navaja, pero sin mayor preocupación al caso. Por otro lado nuestro presente, donde todo llega a todos, y consumimos tal cantidad de productos que en ningún momento de la historia pasada ha podido ver ningún hombre. Siempre viviendo al filo de la navaja, pero sin mayor preocupación al caso.
Las clases nobles de hoy, como ayer, nobles por el prestigio de sus antepasados, acceden igualmente a todo, porque todo llega a todos. Lo único que varía es el precio de los productos que vienen a ser lo mismo. Han de convivir entre grandes multitudes y en ciertos momentos, les sobreviene la nostalgia, incapaces de ver su reflejo vaporoso, perdidos en un tumulto.

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